Hacia un futuro sostenible

Por John Hughes – Hacia un futuro (todavía no del todo) sostenible
Documento original: Toward a sustainable future (just not quite yet…)
Entonces, como es bien sabido, Canadá no ganó la carrera por la junta de estándares de sostenibilidad…
El premio mayor se lo ganó Frankfurt, con Montreal consiguiendo lo que generalmente se conoce es un premio de consolación, una oficina secundaria para “funciones clave de apoyo de la nueva junta y profundización de la cooperación con los stakeholders regionales”. Dado que el anuncio también se refirió a oficinas en Londres y San Francisco, no pude evitar sentirme un poco incómodo de que una iniciativa nueva e importante en la sostenibilidad deba involucrar infraestructura física nueva y lejana. Una historia de Globe and Mail (durante un tiempo fue el sitio web líder de la historia) citó al ministro de finanzas Chrystia Freeland diciendo: “La nueva ISSB creará buenos trabajos en Canadá y acelerará el crecimiento en la economía verde, en casa y en todo el mundo”. Pero este es exactamente el mismo lenguaje de la competencia orientada-a-utilidades que subyace a nuestra dificultad existencial que se asienta fuertemente tras el fracaso existencial de la cumbre de COP26.
Al menos para mí, una buena parte de la cobertura de la cumbre me pareció obediente y cansada desde el comienzo. Quizás algún optimismo está justificado en que la actividad corporativa al menos gradualmente estará sujeta a un centro de atención más riguroso. Pero para la mayor parte, los pronunciamientos gubernamentales suenan completamente vacíos. Una entrevista reciente a Mark Carney en Pivot magazine contiene muchas cosas que generalmente parecen correctas, en la medida de lo posible, si bien conllevan una cualidad ritualista vacía, en gran parte libre de cualquier actividad observable:
No se trata de abandonar negocios o dejar a un lado sectores, sino de moverlos para que avancen e inviertan y necesitamos hacer ello ahora con deliberación…
… debemos invertir todos esos flujos de efectivo (relacionados con combustibles fósiles) en las energías del futuro, incluyendo la transición de nuestros negocios centrales, y la construcción de las habilidades para las personas en esas áreas que funcionen para el negocio. Ello es absolutamente loable, pero, tal y como usted sabe, no ocurrirá al azar. Tiene que hacerse de manera deliberada, con un objetivo claro y de una manera que atraiga a todos…
Pero entonces, tal y como Yanis Yaroufakis lo señaló:
En un sentido, Carney está en lo correcto: montañas de dinero en efectivo están ociosas en el sistema financiero global; sus propietarios ultra ricos están deseosos de invertir en actividades bajas en carbón. Pero la inversión privada en, dígase, hidrógeno verde, solo retornará utilidades si muchos otros inversionistas también invierten en ella – y entonces los inversionistas se sentarán a esperar que otros sean los primeros. Mientras tanto, corporaciones, comunidades y estados se unen al juego de la espera, indispuestos a asumir el riesgo del compromiso con el hidrógeno verde hasta que las grandes finanzas lo hagan.
Yaroufakis vió a Cop26 como en últimas “nada más que un costoso encubrimiento de las continuadas emisiones tóxicas. Escondidos detrás de Cop26, los grandes y buenos mienten a los jóvenes, mienten a las personas vulnerables e incluso se mienten a sí mismos mediante repetir la verdad de que el ‘dinero está ahí’ para ser invertido en la salvación del planeta”.
El juego de la espera al que arriba se hizo referencia a menudo es activamente engañoso – tal y como ocurre en un ejemplo recientemente señalado por George Monblot:
Alemania ha prometido eliminar gradualmente la producción del carbón para el año 2038 (por cierto, demasiado tarde). Aún así está desarrollando nuevos depósitos. Por ejemplo, la villa de Lützerath en North Rhine-Westphalia, que se asienta sobre una gruesa del tipo de carbón más sucio – lignito – actualmente está siendo destruida. Pero si Alemania cumple con su propia regla, la mina necesitará ser abandonada antes de que alcance la producción plena. Entonces, las casas y los bosques están siendo destruidos sin razón, o el gobierno de Alemania no tiene la intención de hacer honor a su promesa.
Al arriba usar la frase “hasta donde llega”, en parte estaba señalando que toda la revolución social e industrial tiene perdedores, personas o comunidades enteras que inevitablemente son dejadas a un lado. En alguna extensión, a pesar de las mejores intenciones, tendrá que tratar de alejarse de sectores, negocios, y potenciales utilidades. La renuencia política a reconocer esto, es comprensible, pero moral; la premisa de que ello no necesariamente conlleva pérdida y sacrificio real es cobarde; a menudo parece que colectivamente no somos capaces de dar incluso los pasos más fáciles. En Toronto, donde vivo, recientemente hubo un anuncio de un “condominio para automóviles” de alta gama, una instalación de 180,000 pies cuadrados en la que los propietarios de vehículos de lujo pueden almacenar sus carros. Obviamente, tales proyectos son criticables desde muchos frentes, pero incluso la consideración superficial de los recursos y energía consumidos en tal proyecto (y los elementos en gran parte inútiles que se anuncian en él) deberían ponerlos fuera de lugar. Pero tales cosas tienden a ser vistas como rarezas, más que como manifestaciones centrales de nuestro malestar (del cual la industria de edificación y construcción es difícilmente una parte menor). Si ni siquiera podemos cerrar el absurdo de un condominio de automóviles, ¿qué podemos hacer?
Las opiniones expresadas son solamente las del autor.
Esta traducción no ha sido revisada ni aprobada por el autor.